martes, octubre 12, 2010

un domingo

Hay días como el de antier. Días en que todo inicia de la mejor forma; días en que pinta para ser sólo eso: otro día más: un buen día: un día entre seres queridos. Ir a almorzar. La risa, el acuerdo, la tontería. Y por supuesto, salir del restaurante y darse cuenta que no, que no todo es así; que no todo es la ligereza del almuerzo de domingo.

Salimos de IHOP a mediodía. Después de revisar nuestras cuentas de twitter, nos aventuramos a las calles de Tampico, sabiendo que sólo a unas cuadras hay una “situación de riesgo”. En el hashtag #tampico se habla de balazos en Liverpool, de un asalto. Nos subimos al carro. Es inevitable, por la dirección del flujo de tránsito, acercarnos un poco más al lugar del supuesto incidente. Por momentos, creemos que es un rumor más, que no está sucediendo. Y sin embargo, hay indicios, pequeñas señales: el señor que desde el otro extremo de la calle, vemos que mira fijamente en dirección sur. Los tuits que siguen llegando reportando el incidente. Y, justo frente a nosotros que esperamos la luz verde para avanzar, tres camionetas de la policía federal se abren veloz camino en dirección a la famosa tienda. Lo creemos ahora. Algo malo sucede y justo a unos metros de donde estamos.

Avanzamos. Viramos en dirección contraria –hacia el norte-, para llegar a casa. De nuevo, un semáforo detiene nuestro recorrido. Esperamos doblar hacia la izquierda. Y ahí, en medio de tráfico, la veo: Una mujer joven, quizás de mi edad, está frente al volante. Con ella, de copiloto, otra mujer mayor. Atrás, un menor, quizás su hijo. Está inquieta, tal vez malhumorada. La veo y me ve, de carro a carro. Nos separan unos 10 metros. Tiene una mirada nerviosa. Se pasa la mano por encima de la boca, como secando algo de sudor. Le ofrezco una sonrisa breve, tímida. Ella sonríe de vuelta, casi con alivio. Entonces le pregunto –contra la distancia- ¿Te tocó?

Sí le tocó. El carro rojo se metió en contra. Iba muy rápido, no le dio tiempo de nada. El tipo se bajó del carro a mitad de la calle, justo enfrente de Liverpool y cargando un arma enorme. Ella no pudo hacer nada. Sí le tocó. El carro rojo estaba al lado del suyo. El arma larga. En contra. Muy rápido. Después, la policía federal.

El semáforo cambia de luz. Debemos avanzar. La risa breve se instala de nuevo. Un cierto alivio en su rostro tal vez por haber podido desahogarse. Le vuelvo a sonreír. Con cuidado, le digo –absurda recomendación-. Ella asiente. Claro, con cuidado.

Damos vuelta. Seguimos nuestro camino sorprendidos, descolocados. Son las 12:50 pm.

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