lunes, enero 23, 2006

Fracaso

Hace días abandoné esta bitácora. No tenía nada qué decir. Me sentaba a escribir una nueva entrada y no venían a mí las palabras. Entonces me dije que no había problema. Ya escribiría cuando sucediera algo interesante, por muy divertido o por muy patético. Sin embargo, no me sucedió nada divertido ni patético. Estos días después del crack económico de principio de año la vida ha chorreado como gotera en el lavabo del baño: Constante y aburrida. Ni yo he intentado el suicidio por falta de fondos, ni el hombre de mi vida ha llegado a tocar a mi puerta, ni me han cortado el agua, el teléfono o la luz. No me ha meado ningún perro (todavía) y sin embargo, cosas han pasado.

Estuve en la biblioteca. Fui a buscar libros sobre Multimedia para una de mis clases y no encontré un solo maldito libro sobre el tema (ay! Extraño la biblioteca del Iteso!!!). Sin embargo ya estaba ahí y por no regresar con las manos vacías a mi casa (ta re-lejos la méndiga biblioteca) me puse a buscar entre los estantes algo entretenido. Regresé a mi pequeño hogar con un ladrillo; “El amante del volcán” de Susan Sontag, “(Libro pesadillesco)” de Socorro Diez e “Ideas en venta” de Jorge Ibargüengoitia. A los dos primeros no les he hincado el diente, pero a Ibargüengoitia lo traigo pa todos lados. Allí fue donde, entre una ida al baño y un momento de hastío, me topé con un breve comentario sobre un célebre fulano que escribía diariamente entre un párrafo y tres cuartillas diarias sobre lo que le sucedía el día anterior. Me dije, “pos sí, escribe aunque sea de lo que comiste, total, nomás tres o cuatro personas te leen, no es tan grave”. Así que procuraré mantener este blog con entradas culinarias y reportes plomosos de la nada cotidiana. Con esa intención en la cabeza, va mi día de ayer:

Me levanté tarde, alrededor de las 11:30 am, gracias a que sonó mi celular (por cierto, ya no traigo saldo). Después de la llamada dominical de rigor a mi madre y después también de un buen regaderazo, me lancé a casa de Gilda. Está vendiendo dos de sus televisores y yo estoy harta de la tortícolis por ver la televisión en el sofá de la sala donde a menudo me quedo dormida. Resultado: ‘Ora también tengo tele en mi cuarto. Así que, después de comprobar que funciona la chimistreta, me dediqué a hacerme güey poniendo en orden mis libros y carpetas.
Como a las 7 de la tarde, me llamó una amiga para salir y la mandé un poco a la goma. No contaba con que me toparía en el Messenger con otra amiga que solicitaba ayuda. ¡Sácame de mi casa, por favor! Fue el grito desesperado que lanzó, así que me trepé al carro y fui por las dos.
Ya instalada en el café la conversación giró peligrosamente hacia el tema del fracaso. Me topé con un posible espejo de mí misma. Una persona que bien pudiera ser yo misma, con mis mismos miedos, con muchas de las mismas incertidumbres. Una mujer a la que respeto, admiro y quiero profundamente se rompía en mis narices y yo no tenía respuestas que darle ni mis palabras daban el aliento necesario para sacarle de la cabeza la idea del fracaso en su vida.
Dice el Diccionario de filosofía de Nicola Abbagnano que fracaso, “según Jaspers, es la experiencia de la imposibilidad de la existencia, en sus aspecto particulares o en su conjunto, especialmente, la experiencia de la imposibilidad de superar las situaciones-límites. El valor positivo del F. consiste en el hecho de que manifiesta o revela (negativamente) la trascendencia del ser y es, por lo tanto, una cifra de esta trascendencia”.
Maldita sea la filosofía y sus catorrazos de razón. Justo eso era lo que escuchaba yo ayer: “No puedo cambiar nada, he fracasado”, “Nada de lo que he hecho sirve”. “No puedo demostrar que puedo hacer una diferencia”. Diantres. He ahí lo que se saca una por saber que se sabe, por saber lo que se es y hasta dónde llegarán nuestros impulsos. Me recarga el tren.

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