“Dime: ¿es posible amar a alguien que no sea tan inteligente como tú?” Caravaggio, al que los efectos de la morfina habían puesto de talante combativo, tenía ganas de discutir. “Eso es algo que me ha preocupado en la mayor parte de mi vida sexual, que, por cierto, empezó –debo anunciar a esta selecta compañía– tarde. Del mismo modo que no conocí el placer sexual de la conversación hasta que estuve casado. Nunca me habían parecido eróticas las palabras. A veces me gusta más, la verdad, hablar que follar. Frases: montones sobre esto, montones sobre aquello y después montones sobre esto otra vez. Lo malo de las palabras es que puedes acabar arrinconándote a ti mismo, mientras que follando no puedes acabar así”.
“[…] ¿Qué edad tienes, Kip?”.
“Veintiséis años.”
“Más que yo.”
“Más que Hana. ¿Podrías enamorarte de ella, si no fuese más inteligente que tú? No quiero decir que sea menos inteligente que tú. Pero, ¿es importante para ti pensar que es más inteligente que tú para enamorarte? Piénsalo. Puede estar obsesionada con el inglés, porque éste sabe más. Cuando hablamos con ese tipo, nos desborda. Ni siquiera sabemos si es inglés. Probablemente no lo sea. Mira, creo que es más fácil enamorarse de él que de ti. ¿Por qué? Porque lo que queremos es saber cosas, cómo encajan las piezas. Los conversadores seducen, las palabras nos arrinconan. Más que ninguna otra cosa, queremos crecer y cambiar. Un mundo feliz.”
Michael Ondaatje. El paciente inglés.
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