viernes, marzo 03, 2006

El factor Ken y Mujercitas

Estábamos en la fila de la caja en el supermercado, listas para pagar nuestras palomitas. Nos esperaba una noche de pelis (again, yes, ‘tis boring, pero mientras no haya con quién…). Blanca tomó una revista al azar del estante y la empezó a hojear cuando llamó mi atención sobre una pequeña nota en la que se afirmaba que las niñas agraden a sus barbies por múltiples motivos. Estas agresiones van desde arrancarles sus sintéticos cabellos, morderlas o mutilarlas, hasta de plano meterlas a cocinar al micro.

Blanca recordó entonces que ella tenía un Ken cuando pequeña. Un lindo Ken versión “surfer”; léase con bermudas, patas de gallo y camisa tipo Magnum P.I, toda floreada ella. Una amiguita era dueña de la versión “marido”, o sea camisita blanca, corbatita, y pantalón con pinzas.
El caso es que parece que el factor Ken en la infancia es determinante en la estructuración del perfil de hombre que posteriormente buscamos como pareja (luzca una como barbie o no). Blanca se ha especializado en buscar julanos tipo Surfer Ken, es decir; amigos de todos, populares, sin compromiso ni futuro, buenos amantes y mejor desmadre y una dosis fundamental de depresión en los chamacos. Ah, eso sí, inconstantes como olas del mar: en el momento que algo les aburre, lo abandonan cual más, incluyendo a mi pobre amiga.

Yo tuve que admitir que no jugaba con muñecos (al menos de niña). Confieso que nunca tuve una barbie, así que mis referentes masculinos, provenían de novelas salidas de los Clásicos Juveniles de Editorial Novaro: El Prisionero de Zenda, La vuelta al mundo en ochenta días, El Conde de Montecristo y por supuesto, por encima de todas las novelas, Mujercitas.

Ahí fue donde Blanca se sacó la espina (la muy ca…). Pero, por desgracia, tiene razón. Yo quería ser Jo March, es más, yo ERA Jo March. ¿Pero qué mujer que haya leído esta novela no lo pensaba? No conozco a nadie que, habiéndola leído, quisiera ser la muy conservadora Meg, la frívola Amy (maldita suertuda) y mucho menos la pobre de Beth. Nope. Todas queríamos ser Jo por múltiples motivos; uno de ellos, por supuesto, apañarse al Laurie. Ah!, eso era un modelo masculino para mi febril mente adolescente. Laurie, el elegante, guapo, romántico, encantador vecinito… que por supuesto termina en los brazos de la hermosa y frívola Amy. Damn! A final de cuentas, no nos queda más que conformarnos con el bueno, sencillo y correcto hombre maduro, viudo y padre de dos hijos, profesor de alemán de Friederich Bauer.

¿Qué con todo esto? Pues que, como afirma el número de este mes de National Geographic
“el amor romántico está enraizado en nuestras primeras experiencias infantiles… De acuerdo con esta teoría, amamos a quien amamos no tanto por el futuro que esperamos construir, sino por el pasado que deseamos recobrar. El amor es reactivo, no proactivo; nos lanza hacia atrás, y tal vez por eso cierta persona ‘parece la indicada’. O ‘parece familiar’. Él o ella tiene cierto aspecto o aroma o sonido o caricia que activa recuerdos sepultados.” (pp 8-9).

Así que esa es la razón. El factor Ken es determinante, no hay duda.

2 comentarios:

Nana dijo...

mucho que sentir y mucho que decir... pero no por el blog. Aunque todo podría reducirse a que nunca tuve y no me imagino con un Kent ..gihiakk !!!!!

wakalani dijo...

Sep, grandemente estúpida Amy no solo se quedo con el marido que era de nosotras las "Jos" sino que desde un principio la malintencionada se alagartó del viaje a Uropa que la vieja desgraciada le iba a patrocinar a la Jo.

Finalmente Jo se casa con una suerte de Santa Claus. Lamentable. Será que tenía de referente de la infancia a Papa Noel? Patético de todos modos.

Dicho esto, me retiro con elegancia